viernes, 9 de septiembre de 2016

Al niño Poeta de Adela Ferreto





Poema de mi abuelita Adela Ferreto para su compañero de la vida, mi abuelito Carlos Luis Sáenz. Hoy evoco su amor y sus palabras celebrando el mes de su natalicio.

Honrro las vidas de ambos, que las ofrendaron para crear un mundo mejor para los niños, desde todos los ámbitos de sus multifacéticos quehaceres y creatividad.

Mi gratitud sin fin por haber crecido con ellos, recibiendo ese amor inmenso que tuvieron para mi infancia y la de muchos seres a lo largo de sus existencias.

ERA UNA VEZ UN NIÑO:
Era una vez un niño
con la visión de una flor en su alma:
Una flor sola, única, incomparable.

La buscó en todas partes,
la buscó siempre.
En las horas,
en los días, vagando al ocaso
¡soñando!

La entrevió en la sonrisa de su madre
y en su pupila enternecida de amor.

La vislumbró,
abriéndose como una gran corola,
en la niebla rosada de la aurora,
en el círculo azúl de la mañana,
en nubes, cegadoras de blancura,
al medio día,
-alas de coros de ángeles
que juegan
rondas entrelazadas-,
y cerrarse como cádiz luminoso,
en el arco dorado de los atardeceres.

La vió ascender,
en la columna de incienso perfumado,
su mano en la materna mano,
cuando visitaba el templo
los domingos de misa,
ases de cirio,
y música de órgano.

Y en el tallo del humo
alzarse enhiesto,
-plegarias del hogar
seguro y tibio-
en vuelo hacia la altura.

Lucir , un breve instante,
en la mirada mansa de los bueyes
y en las rosas que abre el arado
entre la tierra negra.

La buscó en cada flor de los jardines
y de los campos verdecidos:
en la rosa,
en el lirio, en el volandero
diente de león,
y en la oculta violeta perfunada,
en el ramo-joyel de las orquideas
que penden
de los goteantes árboles
del bosque de neblinas.

En el florón de pluma trémula
del colibrí
y en la saeta veloz,
lanzada al viento,
de oscura golondrina.

La vió formarse,
inasible y móvil,
en las rondas de niños
y en sus juegos resonantes de risas
en las tardes.

Y más de una vez,
en las coronas de crital y luz
que el aguacero teje y desteje,
en danza sobre las piedras del patio.

Y en el ramillete esparcido de las olas.

Y en innumerables
flores de plata de las constelaciones
abriéndose en el Cosmos.

Brilló para él, entre la muchedumbre,
-clamores de justicia
en mil banderas-
y allá, en la soledad de la montaña,
mecida por el viento en los pinares.

La miró fulgurar
en la escondida lágrima del gozo,
en la que baña el rostro de la angustia,
en la herida sangrante, y
¡ en la túnica morada que cubre
el dolor insondable de los hombres!

¡Y la vió estremecerse en los abismos!

Pero la flor de su alma
la de su visión interio,
la sola y única,
no era ninguna
y eran todas:
la sonrisa de amor
y la azucena,
la nube volandera,
la multicolora flor de pluma y de canto,
la perla espuma
abriéndose en las playas,
el humo en su alto tallo
y el incienso:
la risa de los niños,
las banderas clamando por justicia
y por pan:

¡ La canción de amor de lo que vive!,
¡ y el dolor!

El niño,
hombre, poeta,
puso la flor de su alma
¡en el múltiple arcoiris de sus poemas!

Adela Ferreto, prólogo del Libro" Nido de la Canción" de Carlos Luis Sáenz

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